lunes, 14 de noviembre de 2016

San Cristóbal - Asturias

A mediados de 1998, cuando el tendido eléctrico llegó a San Cristóbal, ya sólo vivía en la aldea un matrimonio de ancianos, los únicos habitantes que quedan en este lugar que parece olvidado del mundo. Atrás quedan tiempos mejores, cuando allá por los años ciencuenta tenía una población de ochenta personas repartidas en una docena de viviendas, en general bien conservadas, a las que algunos vecinos regresan esporádicamente para pasar temporadas y cuidar de las tierras.
Antes de llegar, el camino se antoja difícil y expresa con elocuencia el aislamiento en el que ha vivido la aldea, encajonada entre hondísimos valles invadidos por un silencio tenaz. A medida que la pista se acerca a San Cristóbal, asoman sobre la vegetación los brillantes tejados de pizarra de las casas, agrupadas a lo largo de un cerro. Antes de entrar, un coche invadido por las zarzas expresa la inevitable derrota de los objetos abandonados al vigor de la naturaleza.
El caserío, integrado por pajares y viviendas con sus correspondientes cuadras, discurre en torno a una sola calle que se ensancha para formar una especie de plazuela. Entre los edificios, levantados con lajas de piedra oscura, se conservan aceptablemente dos hórreos, que recuerdan la actividad agrícola del caserío. Al finalizar la calle, a mano izquierda se alza el caserón que desempeñó el papel de escuela y poco después se conserva la iglesia, un encantador templo rural precedido por un breve porche y coronado por el campanil. 
A partir de aquí, el camino se pierde en el fondo del valle y el entorno de la aldea adopta esa atmósfera de quietud ilimitada, apenas rota por el zumbido de las abejas en algunas colmenas y por el distante perfil del caserío de Selas, accesible a pie y también abandonado.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

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