viernes, 9 de diciembre de 2016

Villacadima - Guadalajara

La localidad de Villacadima, que muestra la poderosa torre de su iglesia en medio de un paisaje yermo y frío, ha recuperado tímidamente su población, sobre todo los fines de semana, después de atravesar unos años críticos en los que estuvo a punto de convertirse en un caserío fantasma de la sierra de Pela, una desierta cadena de cerros y lomas entre Soria y Guadalajara.
La dolorosa herencia de aquellos años es un conjunto de caserones arruinados que enseñan a la intemperie sus antiguas dependencias, los armazones de sus vigas de madera y restos de ventanas y portalones.
Los primeros habitantes del término se remontan al Neolítico, como acreditan las pinturas encontradas en el llamado abrigo del Portalón, una de las cuevas que se encuentran en la sierra de Pela. El pueblo, tal vez de origen medieval, estuvo habitado por los árabes y después de ser conquistado por Alfonso VI estuvo sometido durante siglos al linaje de los Pachecos, señores de Ayllón.
Hasta hace algunas décadas, su población superaba los ciento sesenta habitantes que ocupaban cerca de medio centenar de casas, contaban con escuela, ayuntamiento y cárcel y vivían de la ganadería, el cultivo de cereales y la obtención de madera de los montes cercanos, cubiertos de extensos pinares.

Escenario de película
La decadencia del caserío ha puesto en serio peligro su iglesia parroquial, un sobrio templo románico que fue declarado monumento nacional y en el que destaca muy especialmente la portada, con arquivoltas adornadas con motivos geométricos.
A las afueras del núcleo se encuentra el cementerio, acompañado de una graciosa capilla a la que se accede por un tosco atrio, y en el interior del pueblo llama la atención el edificio del Ayuntamiento, datado en 1916. Aquí es donde se siguen congregando los contados vecinos para conjurar el desamparo de este pueblo que sirvió recientemente como solitario decorado para la película "Flores de otro mundo".


(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Valdearnedo - Burgos

El camino hasta Valdearnedo transcurre por un paisaje de cerros erosionados en los que la lluvia ha puesto al descubierto laderas de tierra blanquecina y formas caprichosas, de aspecto lunar. La pista de tierra bordea un sinuoso cauce, que se abre paso entre paredes en las que, de cuando en cuando, asoman cuevas que lo mismo podrían ser antiguos habitáculos que el fruto del desgaste a lo largo de los siglos.
Por eso, cuando el viajero llega a Valdearnedo, ya está familiarizado con la desolación y el silencio que se han instalado en esta pequeña localidad, atenuados por la presencia de pequeños terrenos de cultivo.
En su mejor época, el pueblo alcanzó una población de veinte familias, repartidas en otras tantas casas y dedicadas a la cría de ganado: mulas, ovejas y vacas. La producción de legumbres y frutas, la caza de liebres y perdices y la pesca en los riachuelos del término, donde abundaban truchas, barbos y anguilas, hacía más llevadera la vida en este lugar aislado y de clima frío. Pero a mediados del siglo XX la ausencia de luz y agua corriente produjo la inevitable diáspora y en la década de los 80 el último vecino abandonó el pueblo.
El caserío, cuyo nombre figura a la entrada sobre una tosca tabla de madera, está formado por un conjunto de casas de piedra, varias en aceptable estado, que contaban con cuadras de grandes dimensiones en la planta baja. A lo largo de la calle principal se alzan los mejores edificios, que en algún caso exhiben el año de su construcción sobre el dintel de una ventana. En la parte alta se levanta la iglesia de origen románico, cuya pila bautismal permanece a buen recaudo en el monasterio de las Clarisas de Castil de Lences. El interior, completamente expoliado, muestra los fragmentos de los altares por los suelos y los huecos que ocupaban los capiteles, arrancados violentamente de su sitio por los saqueadores de turno.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Urdiales de Colinas - León

El abandono de Urdiales de Colinas, caserío de pizarra y arquitectura negra encajonado en un bellísimo entorno montañoso, parece estar unido a la crisis de la minería en la región y a la dureza de las condiciones de vida, que entre 1950 y 1970 hicieron que la población descendiera de 162 a 10 vecinos.
En los años 50, la mayoría de los mozos del pueblo trabajaban en la mina Casilda, y se desplazaban a pie durante cuatro horas para poder hacer su jornada. El dramático aislamiento del lugar contribuyó a la marcha inexorable de sus habitantes y ahora el ganado se mueve mansamente por las calles bajo la vigilancia distante de sus dueños, que utilizan el pueblo como establo y siguen guardando las reses en los bajos de las viviendas deshabitadas.



Solanas de madera
La localidad, que se escalona sobre un cerro, está formada por una veintena de casas con muros de piedras y cubierta de pizarra, sobre cuyas fachadas sobresalen los fragmentos de lo que alguna vez fueron las solanas de madera. En lo alto se asientan los restos de la iglesia de Santa Bárbara, un tosco edificio en el que únicamente destaca el campanario, protegido por un mínimo tejadillo de pizarra. Desde esta altura, el pueblo se muestra al visitante como un oscuro conglomerado que asoma en medio de la vegetación, animado únicamente por el brillo de los tejados, algunos hundidos y otros convados caprichosamente por el paso del tiempo.
En medio del valle transcurre un arroyo helado y transparente, uno más de estas tierras en las que abunda el agua, que alimenta una fuente cercana al pueblo y antaño permitía regar los huertos de legumbres y patatas destinados a la subsistencia de los vecinos.

(Pilar Alonso y Alberto Gil)

Estación de Obejo - Córdoba

La construcción de esta estación se contemplaba en el proyecto original de la línea, con el nombre inicial de Cerro Muriano, como punto final de la larga rampa que ascendía desde Córdoba. Tras su construcción se le dió el nombre de Obejo por estar enclavada en su término municipal, aunque la distancia de más de 20 Km. que la separa de la población hizo que nunca diese servicio de viajeros a sus habitantes. Su emplazamiento vino determinado por la aparición de agua en sus proximidades durante las prospecciones que se realizaron a lo largo del trazado de la línea, buscando el abastecimiento de las locomotoras. En la loma existente frente al edificio de la estación, al otro lado de las vías, existió una alberca alimentada por un gran caño de agua de la que se surtían de agua potable no sólo la estación sino muchos de los habitantes de la pequeña población que con el tiempo fue creciendo alrededor de las instalaciones ferroviarias.  En 2007 aún se conservaban un gran cubato frente a la estación y uno más pequeño, estrecho y anormalmente alto con aguada para abastecer a las máquinas en el extremo del andén, lado de El Vacar.

  (Ferropedia)

Estación de Seseña - Toledo

Cerca de la carretera de Aranjuez se encuentran las ruinas de lo que alguna vez tuvo mucha actividad, allá en los años ochenta, la estación de tren de Senseña era una de las más concurridas. En el año 2008 el apeadero dejo de funcionar, sin embargo las instalaciones de la estación cerraron sus puertas un tiempo antes. En el edificio de la estación se encuentran los restos que lo que fue la vivienda de una persona que trabajaba como empleado de Renfe. En el lugar se puede sentir el ambiente de sus años más ajetreados. En el piso de debajo de la estructura había una ventanilla que era donde se vendían los billetes de tren y también una pequeña cocina, y en la parte de arriba de la estructura se encontraban unas estancias que fueron decoradas con papel pintado y también un servicio. Este lugar no cuenta con ningún vallado, ha permanecido abierto durante todo el tiempo, así que muchas personas han podido visitarlo, y muchas otras entrar a saquear las pocas cosas que habían e incluso diferentes materiales.

(AmigosMadrid)