martes, 18 de octubre de 2016

Las Casillas - Granada

La aldea de Las Casillas es un encantador caserío asomado a un espectacular valle que cae abruptamente sobre la costa granadina. Los montes que rodean el lugar, de buenas dimensiones, hacen de él un enclave minúsculo que se distingue gracias a las paredes blancas de las construcciones, apenas una mancha de claridad sobre los tonos oscuros de la tierra y las sombras de los barrancos que rodean la aldea y canalizan algunos pequeños arroyos. Precisamente en uno de ellos se encuentra el molino harinero, del siglo XVIII, accesible desde una pista próxima a la localidad.
El pueblo, abandonado hace más de 25 años a causa de su dramático aislamiento, está formado por dos hileras de construcciones muy pobres que aprovechan un repecho en los desniveles del terreno, flanqueadas por sendos callejones que atraviesan el caserío a lo largo. La calle central es la que ofrece un aspecto más desolador, con las fachadas de las casas en estado totalmente ruinoso, los muros en los que apenas se distinguen restos de alacenas y los suelos en un imparable y peligroso proceso de hundimiento.

Huertos y chumberas
En la otra calle, las edificaciones se conservan algo mejor y exhiben sus cubiertas de teja árabe y su rústica carpintería de madera. Al pie del caserío, un grupo de paredes de piedra y vigas de madera desmoronadas recuerdan vagamente la existencia de unas cuadras y la actividad ganadera del pueblo, también evidente en los establos que ocupaban los bajos de algunas viviendas.
Hoy, la única huella de la presencia humana en el entorno son pequeños huertos de patatas, tomates y pimientos, que comparten el terreno con los bancales de almendros, las masas de chumberas y las esbeltas pitas que han ido acaparando el paisaje. A lo lejos, el ruido de las esquilas de las ovejas rebota contra las laderas y alivia momentáneamente la soledad del valle.


(Pilar Alonso y Alberto Gil)

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